A MI PRIMO JAVIER:
El veinticinco de agosto del verano pasado,
fue para mí un día terriblemente señalado.
Me encontraba yo, en esa fecha, en una residencia,
Y aquélla tarde me sonó el móvil con insistencia.
Era mi madre la que me hablaba, con voz quebrada y llorosa.
Enseguida deduje que había sucedido una situación espantosa.
“Alberto, se ha matado tú primo en un accidente de tráfico”.
“¡No!, ¡No puede ser verdad!, ¿Cómo ha ocurrido?”.
“Esta mañana en la carretera de Aldealengua”.
En ese instante, a mí se me trabó la lengua.
Comencé a llorar y no podía parar.
Estaba en Madrid y debía de coger una utobús hacia mi ciudad,
Tenía que actuar a gran velocidad.
Brotaban lágrimas de mi cara y se me caían al suelo,
Mis compañeros me trataban de dar inútilmente consuelo.
Me llevaron en coche hasta la estación,
Y allí me abrazaron con emoción.
Cuando llegué a la Gran Vía, reinaba una enorme algarabía.
Vi a todos mis familiares con tristes pesares,
¡Vaya avatares para sus queridos padres!.
La mayoría tenían la emoción y la rabia contenida,
Expresada en la cara enrojecida y la mirada perdida.
El día del funeral, hasta arriba la iglesia local.
Vislumbré tú foto me quede roto.
Falleció una persona que, no sólo había sido mi primo,
Sino, desde luego un verdadero amigo.
Aún puedo recordar y la memoria no me falla,
Los años en los que salíamos de fiesta, con evidente alegría manifiesta.
¡Estaba tan lleno de vida!. No daba la juventud por perdida.
Javier: Gran persona y corazón, se te notaba en cada acción.
Ahora, cuando me siento en la terraza del bar,
Dejo a mi imaginación volar.
Empiezo a rememorar los días en los que bromeabas conmigo sin parar,
Y tú sonrisa no terminaba de cesar.
Ojalá sigas riendo en el cielo, primo Javier, y lo hagas contento,
Pues en vida demostraste ser una persona de los pies a la cabeza,
Con todo merecimiento.
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