EL ESCRITOR COMPULSIVO

EL ESCRITOR COMPULSIVO
El gran Gustavo Adolfo Bécquer

EL ESCRITOR COMPULSIVO

El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

miércoles, 12 de octubre de 2011

MICRORRELATO DE "LA NOCHE DE HALLOWEEN EN SALAMANCA"

Alberto y Carlos habían quedado en la Gran Vía salmantina a eso de la medianoche. Se disponían a pasar un Halloween que jamás olvidarían. Ambos eran amigos desde hacía años. Carlos era guardia civil, mientras que Alberto, tras pasar por varios trabajos, estaba estudiando Oposiciones.
“¿Cuál es el sitio de esa fiesta que promete tanto?”, preguntó a Alberto.
“La Dolce Vita. Hay barra libre hasta las tres de la mañana”, replicó Carlos.
Cuando accedieron a la Discoteca, ésta ya se hallaba llena hasta los topes. Fueron enseguida a pedir un par de copas y no tardaron mucho en percatarse de que estaban siendo estrechamente vigilados por dos chicas góticas, apostadas en el extremo opuesto de la barra.
Animados por los efluvios del alcohol, Alberto y Carlos se dirigieron a su encuentro y los cuatro encauzaron una animada conversación.
Pero, de repente, cuando nadie lo esperaba, la música se interrumpió, al tiempo que se apagaba la luz. El Local quedo sumergido en una oscuridad absoluta y cientos de chillidos retumbaron en las cuatro esquinas. Y, sin solución de continuidad, se oyeron varios disparos.
Por fin, cuando un camarero volvió a dar la luz, la sangre que manaba de los cuerpos sin vida de sus compañeros se dispersó con rapidez por toda la barra. Las dos chicas que estaban con Alberto y Carlos comenzaron a chillar, presas de un histerismo incontrolable, logrando contagiar su estado emocional a todos los asistentes a la fiesta.
Entonces, Carlos, en su condición de Agente del Orden, tuvo que alzar su voz varios decibelios por encima del resto.
“¡¡Silencio, silencio, he dicho!! ¡¡Soy guardia civil!! ¡¡Traten de conservar la calma!! ¡¡Yo detendré al asesino!! ¡¡Que nadie salga del Local!!”. Carlos dio fuerza a sus requerimientos sacando de los bolsillos de sus pantalones su tarjeta identificativa de miembro de la guardia civil y una pistola, con el objetivo de tranquilizar a la gente, pero un chico menor de edad, de aspecto agitanado, hizo caso omiso a la orden y se puso a correr hacia la salida de la discoteca.
“¡¡Alto, alto, detente o disparo!!”, gritó Carlos.
En ese momento, las luces volvieron a apagarse y la confusión que se apodero de la discoteca fue mayúscula, retornando los chillidos. De nuevo, se escucharon disparos y algunos consiguieron escapar de aquella masacre aterrorizados.
Tras unos tensos instantes, la luz volvió a hacer acto de presencia. El espectáculo fue dantesco. Montones de cadáveres, entre los que se incluían el del chico agitanado, los de Alberto y Carlos y los de las chicas que habían conocido, se apilaban por todo el suelo de la discoteca.
El camarero, con los ojos desorbitados al contemplar la matanza que había provocado, con una mirada de loco, de demente, cogió la escopeta que tenía escondida debajo de la barra y se voló la cabeza.
Había decidido que no quería pasarse el resto de su vida huyendo o pudriéndose en la cárcel.

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