EL ESCRITOR COMPULSIVO

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El gran Gustavo Adolfo Bécquer

EL ESCRITOR COMPULSIVO

El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

viernes, 7 de octubre de 2011

GUIÓN DE "LA TUMBA DE ETHELIND FIONGUALA/EL MISTERIO DE KEN", DE JULIAN HAWTHORNE

GUION LITERARIO: “EL MISTERIO DE KEN, DE NATHANIEL HAWTHORNE”.

ESCENA 1. CASA DE KENINGALE. ESTUDIO. INT. NOCHE.

Fundido en Negro de Apertura.

Texto sobre Negro: “El misterio de Ken, de Nathaniel Hawthorne”.

Una fría noche de invierno, JOHN WILLIAMS decide visitar a su amigo KENINGALE HAWTHORNE que, durante un año, debido a su carácter viajero y temerario, ha estado viajando por Europa. JOHN siempre ha identificado a KENINGALE, aparte de cómo un extraordinario artista, también como un joven alegre y educado, vividor e inteligente. Había sido por ello que, antes de partir hacia el viejo continente, y con motivo de su cumpleaños, JOHN le había regalado un banjo. Sin embargo, JOHN se quedo asombrado y muy preocupado en el reencuentro con su amigo, pues KENINGALE se había convertido en un hombre triste, meditabundo y taciturno. JOHN se esforzó, pero no podía comprender las causas de tan insólita transformación, mientras que KENINGALE le invitaba a entrar en el Estudio de su casa.

KENINGALE

Me alegro de verte, John. Me alegro mucho de verte y también de sentirte esta noche.

JOHN

(Intrigado)
     ¿Y qué tiene de especial esta noche, Ken?

De repente, KENINGALE se apartó de JOHN, y de su cara se adueño una expresión de fingida indiferencia.

KENINGALE

¡Bah, nada! ¡En realidad, nada, John! ¡Olvídalo! ¡Vamos, bebamos un whisky y fumemos una pipa! Esta noche puede ser feliz para mí, si es que consigo permitírmelo...

JOHN
¡Venga ya, Ken! ¡Y cómo no te lo vas a permitir! ¡Tú casa es maravillosa y estás con uno de tus mejores amigos!

KENINGALE resopló y, abatido, se dejo caer sobre un mullido sofá.

KENINGALE
(Dubitativo y ausente)
Sí, quizás tengas razón. Pero no me siento con suficientes ganas de disfrutar. ¿Has olvidado, acaso, en qué noche estamos? Es halloween, la noche de los difuntos. Tú nunca has estado en Irlanda, ¿Verdad?

JOHN
(Sorprendente)
     Pues no, pero,..., ¿Qué tiene de especial de Irlanda?

KENINGALE se quedo mudo, haciendo ver a JOHN que no tenía demasiado ganas de hablar. Éste, por su parte, lo comprendió enseguida y se puso a pasear por el Estudio, quedándose admirado por los tres cuadros al óleo que adornaban la estancia. El primero era un retrato que estaba difuminado por un velo oscuro, con una sombra que apenas dejaba ver las facciones del retratado. En el segundo cuadro, aparecía un rostro que se asomaba por una ventana, con la luna brillando en el cielo. Por último, el tercer cuadro mostraba a una mujer en la plenitud de su belleza, ataviada con un elegante vestido de noche y coronada con una diadema. Asimismo, todo tipo de joyas adornaban su hermoso cuerpo, pero su rostro resultaba enigmático y burlón.

JOHN
(Asombrado)
¿Dónde conociste a una mujer tan hermosa, Ken? Me refiero a la mujer del cuadro.

KEN, que estaba meditabundo y con la cabeza gacha, reaccionó ante las palabras de JOHN, y también miro hacia el cuadro.

KENINGALE
No quiero exponer esos cuadros, John. No me gustan, no me gustan nada. Voy a destruirlos. Pero es igualmente cierto que no descansaré hasta pintar a esa mujer como sólo ella se merece.

JOHN
(Extrañado)
Pero, ..., ¿Por qué, John? ¡por qué quieres destruirlos? Creo que son los mejores que has pintado, al menos desde que te conozco.

KENINGALE no quiso hablar más de las pinturas y pudo desviar la conversación, centrándose en el licor que estaban bebiendo.

KENINGALE
Bueno, dejemos de hablar de eso. ¿Qué te parece el licor? ¡A qué es extraordinario?

JOHN
     Sí, verdaderamente es un licor muy bueno, Ken.

KENINGALE
     Lo traje de Irlanda, John.

KENINGALE volvió a quedarse callado y se concentró nuevamente en los cuadros. Se levanto del sofá y puso su cara cerca del rostro de la mujer del tercer cuadro, mientras que JOHN merodeaba por otra esquina del Estudio.

KENINGALE
¿Sabes, John? A veces he pensado, durante las noches que he estado sólo desde que regresé de Europa, que esa mujer podía salir del lienzo y sentarse en una de las butacas.

JOHN
(Confundido)
Pero Ken, ¿No decías hace un momento que no querías hablar de ello?

KENINGALE
(Nervioso)
¡Oh, sí, por Dios! ¡Perdóname, John! No sé que me pasa, pero estoy un poco alterado. Será por la bebida, o porque a cada instante recuerdo que hoy es la noche de los difuntos. Bueno, ¡Venga, bebamos! ¡Bebamos y olvidemos los malos augurios!

Los dos volvieron a beber de sus respectivas copas acabando, esta vez sí, con el licor que contenían. Después, KENINGALE abrió un cajón de un mueble y, sacando una caja de puros, le cedió uno a JOHN, mientras que él chupeteaba otro. Se sentaron cerca de la chimenea y JOHN observo que KENINGALE, por fin, estaba más relajado y tranquilo. Entonces, JOHN se atrevió a lanzar una sugerencia.

JOHN
Ahora estaría bien un poco de música, Ken. Para que la velada resulte más agradable. ¿Por qué no sacas el banjo que te regale y me tocas algo?

KENINGALE
(Apesadumbrado)
Puedo ir a buscarlo, John. Pero lo malo es que no puedo extraer música de él.

JOHN
(Contrariado)
     ¿Por qué? ¿Qué le ha pasado? ¡No se habrá roto!

KENINGALE
(Sombrío)
No, roto no. Pero ya no suena como antes. Y créeme, no lo volverá a hacer.

KENINGALE se dirigió hacia un arcón situado en una esquina del Estudio y lo abrió. Acto seguido, tras desenvolver una tela de seda amarilla, apareció el banjo, que estaba muy polvoriento. KENINGALE se lo dio a JOHN que lo contemplo boquiabierto. El banjo se había convertido en un tosco trozo de madera. Su mástil estaba carcomido, pues las larvas y los gusanos, lo habían deteriorado. La caja no tenía el color natural de la madera y estaba con un verdor apagado y mohoso. Las clavijas de plata estaban oxidadas y las cuerdas se habían roto.

JOHN
     Pero Ken, ¿Es este el banjo que te regale?

KENINGALE
     Sí, en efecto, este es, John.

JOHN
Pues está irreconocible. ¡Qué es lo que has hecho para dejarlo así?

KENINGALE
Yo no sé nada, John. Bueno, sí, lo que le ha pasado a este banjo es inexplicable. Por más que quiera, no tengo una explicación racional sobre su transformación.

JOHN
(Ansioso)
¡Vamos, Ken! ¡Por muy descabellado que sea! ¡Cuéntame qué es lo que te ha pasado en Europa con este banjo!

Entonces, KENINGALE suspiró prfundamente, cogió la botella de whisky, llenó la copa, la vacío rápidamente y comenzó su relato.

KENINGALE
Salí de Nueva York con destino al puerto francés de Le Havre. Después de visitar varios países de Europa, en pleno otoño, llegué a Londres. Allí pase un mes, desplazándome luego a Escocia. A principios de octubre, tome un barco que me llevo a Dublín. Y al final del mismo mes, me adentré en el interior de Irlanda, hasta el Condado de Cork. Era aquella una región repleta de contrastes, con hermosos y fascinantes paisajes, pero también con escasos habitantes. Por fin, accedí a un humilde pueblo, con pequeñas casas de labranza semiderruidas, el pueblo de Kern. Los lugareños eran muy hospitalarios y amables, pero igual de supersticiosos, con una gran devoción a su patrón, San Patricio. La mayoría de los irlandeses son muy pobres, excepto el clero, la aristocracia y el ejército. Me alojé en un hostal de aquel pueblecito y allí, cenando, conocí a un distinguido militar irlandés, el Teniente O´Connor. Estuvimos comiendo y bebiendo en abundancia y hablando de las excelencias de nuestros respectivos países. Entonces, para agradable sorpresa mía, me invitó a cenar la noche siguiente en su cuartel. La próxima noche era la noche de Halloween. Así que volvimos a quedar en el comedor del hostal y yo lleve el banjo para deleitar con música a mis anfitriones.

Fundido en Negro de Cierre.

ESCENA 2. CEMENTERIO DEL PUEBLO IRLANDÉS. EXT. NOCHE.

Fundido en Negro de Apertura.

KENINGALE y el TENIENTE O´CONNOR salieron del hostal, cruzaron el pueblo y abandonaron el mismo transitando por el cementerio de la localidad. Un lugar terriblemente desolado y que, a ambos lados del sendero por el que caminaban, estaba plagado de lápidas medio destrozadas.

KENINGALE
(Temeroso)
¡Vaya, Teniente O´Connor! ¡No podíamos haber evitado el cementerio!

TENIENTE O´CONNOR
(Despreocupado)
¡Pues no, Señor Keningale! Para llegar al cuartel es inevitable caminar entre las tumbas. ¿Sabe?, aquí, en Irlanda, son muy mentadas unas damas inmortales de infinita belleza, que surgen repentinamente de sus tumbas, y que pueden llevar a cualquier incauto a la perdición.

KENINGALE
(Incómodo)
     Sí, muy interesante, sí señor.

Fundido en Negro Encadenado.

ESCENA 3. SENDERO. BOSQUE. EXT. NOCHE.

Texto sobre Negro: “Un buen trecho más tarde...”

Tras un buen trecho caminando por un estrecho sendero, por un bosque, KENINGALE y el TENIENTE O´CONNOR llegaron hasta el cuartel, que estaba ubicado en un lugar que a KENINGALE le produjo escalofríos. Se había construido sobre las ruinas del castillo de Eduardo, el famoso “Príncipe Negro” irlandés y dominaba la costa, hallándose próxima a un acantilado. El TENIENTE O´CONNOR golpeo el picaporte de la puerta, para que el vigilante les abriera.

Corte.

ESCENA 4. COMEDOR. CUARTEL. INT. NOCHE.

La guarnición de aquel cuartel irlandés apenas contaba con una docena de hombres, mandados por un par de oficiales. Los personajes más atrayentes de aquellos militares, eran el MAYOR MALLOY y el DOCTOR DUDEN. El MAYOR MALLOY era el comandante, hombre prudente y juicioso. El DOCTOR DUDEN era un hombre inteligente y portador de una apreciable cantidad de anécdotas. Asimismo, el TENIENTE O´CONNOR era poseedor de un magnífico sentido del humor. Después de la cena, el DOCTOR DUDEN narro la historia del Conde de Kern y su esposa, Ethelind Fionguala.

DOCTOR DUDEN
Voy a contarles la historia del Conde de Kern y su esposa, la hermosísima Ethelind Fionguala. Estoy seguro de que les gustará. El Conde era un antepasado de nuestro valeroso Teniente O,Connor. Ethelind fue raptado por una banda de vampiros. Sin embargo, el Conde los descubrió a tiempo, los alcanzó y pudo hacerlos huir. Tomo entre sus brazos a su desvanecida y bella esposa, y retornaron a su casa. Por cierto, he decirle, Señor Keningale, que es conveniente que sepa que, para venir hasta aquí, ha tenido que pasar por la famosa casa del Conde de Kern. Es una vivienda con los arcos ennegrecidos, pues hace mucho tiempo se declaró un fuego y fue definitivamente abandonada. Destaca, sobre todo, por su gran celosía...

En ese momento, el TENIENTE O´CONNOR interrumpió al DOCTOR DUDEN.

TENIENTE O´CONNOR
¡Vamos, olvídese de la casa, Doctor Duden! ¡Cuéntenos que es lo que paso con la Señorita Ethelind! ¡Eso sí que es interesante! Además, ¡Ellos son mis antepasados, como usted ha dicho!

MAYOR MALLOY
Tenga calma, Teniente O´Connor, sea paciente. El Doctor ha pensado que el Señor Keningale debía saber de la ubicación de la casa.

Pero el TENIENTE O´CONNOR, dominado por la ansiedad, también cortó en seco la intervención del MAYOR MALLOY.

TENIENTE O´CONNOR
¡Vamos, Mayor! ¡Dejemos que el doctor siga con la historia! ¡Seguro que el Señor Keningale querrá saber cómo acabo!

El TENIENTE O´CONNOR vio que a KENINGALE se le había terminado el whisky.

TENEIENTE O´CONNOR
¡Pero no puede ser! ¡Que el Señor nos asista! ¡Hay que ir a por más whisky!

KENINGALE
Por mí no se preocupe, Teniente O´Connor. La historia es fascinante y su final promete serlo aún más, pero es tarde y debo regresar al hostal, pues mañana temprano he de partir hacia Alemania.

TENIENTE O´CONNOR
(Decepcionado)
¡No, Señor Keningale! ¡No se vaya todavía, por favor! ¡Se lo ruego! ¡Quédese con nosotros un poco más!

KENINGALE
Lo siento, Teniente. He de marcharme ya. Señores, estoy muy agradecido por su hospitalidad. Seguro que cuando regrese a Estados Unidos, antes volveré a pasarme por aquí para saludarles. Buenas noches.

SOLDADOS Y OFICIALES
(Al unísono)
     ¡Buenas noches, Señor Keningale!

Corte.

ESCENA 5. BOSQUE DEL CONDADO DE CORK. EXT. NOCHE.

El TENIENTE O´CONNOR, como buen anfitrión, acompañó a KENINGALE hasta la salida del cuartel.

     TENIENTE O´CONNOR
(Ebrio)
Bien, buenas noches, Señor Keningale. Se va usted a perder varias copas más de nuestro delicioso whisky y, lo que es peor, a quedarse sin saber qué es lo sucedió con mi antepasada Ethelind Fionguala.

KENINGALE
Lo siento mucho, de veras que lo siento, Teniente O´Connor, pero no me perdonaría nunca no visitar Alemania. Debe ser una tierra tan maravillosa como esta. No se preocupe, que nos volveremos a ver.

KENINGALE se giro y emprendió la marcha. Cogió un buen ritmo caminando y estaba absorto pensando que no tardaría mucho en llegar al hostal y poder descansar plácidamente hasta el día siguiente. Pero, de repente, tropezó con una piedra y cayó al suelo, aunque no se hizo daño. Y, justo en el momento de reincorporarse, pudo oír a sus espaldas una agitada risa que le heló el corazón. El viento comenzó a soplar con fuerza y el frío le caló hasta los huesos. KENINGALE, pese a estar asustados, se giro e interpeló a aquel que estaba acechándole.

KENINGALE
¿Quién está ahí? ¡Vamos, Teniente O´Connor, salga! ¡No me gusta su broma! ¡Ha llegado demasiado lejos! ¡No ve que hace mucho frío! ¡Vuélvase al cuartel!

Pero nadie salió de la oscuridad. Y, por el contrario, la risa resonó aún con mayo potencia. KENINGALE paso de estar asustado a tener un profundo terror. Y le vinieron a la mente los augurios tan diabólicos a los que eran tan propensos los irlandeses durante la festividad de Todos los Santos. Apretó el paso. El frío se recrudeció, el viento despejó las nubes y la luna brilló con una insólita intensidad. La terrible sensación de que un ladrón o algo mucho peor le estaba persiguiendo, no se le quitaba de la cabeza.

Fundido en Negro Encadenado.

ESCENA 6. CEMENTERIO DEL PUEBLO IRLANDÉS. EXT. NOCHE.

Texto sobre Negro: “Un tiempo más tarde...”

KENINGALE perdió la noción del tiempo. Pero se quedo petrificado al observar que estaba rodeado de tumbas. Sin haberse percatado, había llegado al cementerio de Cork y los árboles del bosque habían quedado atrás. Llevado por una curiosidad malsana, examinó minuciosamente las tumbas, una por una. Y creyó que estaba desvariando cuando tuvo la sensación de que las lápidas no parecían tan antiguas como unas horas antes. KENINGALE alzó la vista y se quedo lívido, con el rostro contraído por el pánico. Enfrente de él, había una figura femenina vestida totalmente de negro y con una capucha que no dejaba ver su rostro. KENINGALE trato de explicarse qué hacía aquella mujer a una hora tan intempestiva y con tanto frío, en un sitio tan siniestro y desolado. Por fin, se armó de valor y avanzó hacia la enigmática mujer. KENINGALE interrumpió el estado de honda meditación en el que estaba sumergida la mujer que, con la cabeza gacha, parecía estar rezando en voz baja delante de una tumba.

KENINGALE
¡Vaya! ¡Parece que se encuentra usted aquí como en su casa! ¿Podría decir a quién pertenece esa tumba?

La DAMA DE NEGRO entonó una leve y grata sonrisa. KENINGALE no tardó en percatarse de que se trataba de la misma risa que había escuchado en el bosque.

DAMA DE NEGRO
     Esta tumba perteneció a Ethelind Fionguala.

KENINGALE avanzó hacia la DAMA DE NEGRO, situándose a su lado y pudo leer, sin dificultad, el nombre de la mujer ocupante de la tumba, constatando que, efectivamente, se trataba de Ethelind Fionguala, la misma protagonista de la historia que había contado el DOCTOR DUDEN y que yacía allí desde hace tres siglos.

KENINGALE
     ¿Y quién es usted, Señorita?

DAMA DE NEGRO
Yo me llamo Elsie. Por cierto, ¡Qué hace usted aquí la noche de Halloween?

KENINGALE
Me dirigía al hostal de la costa. ¿Le gustaría acompañarme?

DAMA DE NEGRO/ELSIE
(Entusiasmada)
¡Qué casualidad! ¡Yo también voy en esa dirección! ¡Claro que estaré encantada de acompañarle! Y así podrá tocar música con su banjo, así el camino se nos hará más corto.

KENINGALE, dispuesto a satisfacer a su acompañante ELSIE, y también como modo de ahuyentar sus temores, comenzó a tocar. Y así, al son de una canción alegre, ambos empezaron a andar. A mitad del camino, para sorpresa mayúscula de KENINGALE, ELSIE se adelantó y, de forma increíblemente ligera y grácil, cimbreando todo su cuerpo, se puso a danzar ante el estupor y deleite de KENINGALE.

KENINGALE
     ¿Dónde vives, Elsie? ¿Y a qué te dedicas?

DAMA DE NEGRO/ELSIE
(Sonriente)
Si quieres saber a qué me dedico, sígueme, y lo verás por ti mismo.

KENINGALE
(Intrigado)
     ¿Sueles andar por las noches entre las colinas?

DAMA DE NEGRO/ELSIE
¿Y qué tiene eso de particular? Por cierto, ¿De dónde has sacado ese precioso anillo de oro?

KENINGALE alzó la mano derecha, que es donde llevaba el anillo aludido, concretamente en el anular.

KENINGALE
     ¿Te gusta?

DAMA DE NEGRO/ELSIE
(Insinuante)
     ¿Le harías a Elsie el honor de regalárselo?

KENINGALE
Sí, puede ser, pero con una condición. Si prometes venir conmigo a mi casa de Nueva York, a mi Estudio, para que te haga un retrato. Sólo así te daré el anillo, e incluso te pagaré por posar. Serás mi modelo y mi musa.


ELSIE/DAMA DE NEGRO
     Acepto, acepto, si me das el anillo ahora.

KENINGALE
Está bien, pero quiero que me prometas que vendrás conmigo.

DAMA DE NEGRO/ELSIE
     ¿Y tocarás el banjo para mí?

KENINGALE
(Embelesado)
     Sí, claro, tantas veces como me lo pidas.

DAMA DE NEGRO/ELSIE
¿Y si no soy tan bella como para que me hagas un retrato? ¿Y si mi rostro te decepciona?

KENINGALE intento quitarle la capucha, pero la DAMA DE NEGRO/ELSIE le esquivo.

DAMA DE NEGRO/ELSIE
     Primero el anillo, luego podrás verme.

KENINGALE
     Está bien, extiende tus manos.

La DAMA DE NEGRO/ELSIE extendió su fina y delicada mano derecha y KENINGALE se quito el anillo, colocándolo en el dedo anular de su acmpañante. Entonces, la DAMA DE NEGRO/ELSIE, se dispuso a quitarse la capa negra que la cubría y dejo ver unos hombros maravillosamente blancos. Su vestido era también blanco radiante, muy escotado y salpicado de piedras preciosas engastadas. Pero KENINGALE no llegó a ver su rostro porque la DAMA DE NEGRO/ELSIE le lanzó una inesperada advertencia que le distrajo.

DAMA DE NEGRO/ELSIE
     ¡Cuidado! ¡Mira por donde pisas o te caerás!

KENINGALE miro alrededor y, en ese momento, fue cuando se percato de que estaba en medio de un puente de piedra semiderruido. Volvió a mirar hacia donde estaba la DAMA DE NEGRO/ELSIE, pero había desaparecido.

KENINGALE
(Alarmado)
     ¡¡Elsie!! ¡¡Elsie!! ¿Dónde estas? ¡¡Elsie!!

Pero la DAMA DE NEGRO/ELSIE no dio señales de vida. De la mente de KENINGALE se apodero la idea de que aquella mujer se había burlado de él y de que, por mucho que la buscara, no la encontraría, a no ser que ella quisiera verle de nuevo. Olvidada la DAMA DE NEGRO/ELSIE, KENINGALE recordó que desde aquel puente se iniciaba un camino estrecho y empedrado que llegaba hasta el pueblo. La DAMA DE NEGRO/ELSIE había resultado ser una excelente guía.

Corte.

ESCENA 7. AFUERAS DE PUEBLO IRLANDÉS. EXT. NOCHE.

KENINGALE reemprendió la marcha y no tardo en llegar a las inmediaciones del pueblo. No obstante, a la derecha del camino, algo más ensanchado, pudo divisar dos casas sin tejado y cubiertas de musgo y, un poco más allá, oculta entre unos árboles, una gran casa solariega. Su trastornada mente, afectada por el alcohol que había ingerido durante la cena en el cuartel, por el terrible frío que se había apoderado de la noche y por la súbita aparición y desaparición de la DAMA DE NEGRO/ELSIE comenzó a conjeturar. ¡Y si aquella era la casa de la que había hablado el DOCTOR DUDEN! ¡La casa del Conde de Kern y Ethelind Fionguala! KENINGALE comenzó a fantasear y víctima de un delirio indescriptible, se fue aproximando a la solitaria mansión.

Corte.

ESCENA 8. CASA DEL CONDE DE KERN. EXT. NOCHE.

Una canción brotó de los labios de KENINGALE que, cuán trovador, esperaba emocionado y esperanzado a que la dulce ETHELIND abriera una de las ventanas. De repente, se produjo un ruido procedente de una celosía situada en la segunda planta de la casa y KENINGALE alzó la vista. Vio a una MUJER hermosa, ataviada con un brillante vestido blanco, idéntico al de la DAMA DE NEGRO/ELSIE. La MUJER sonreía mientras se besaba, seductoramente, las puntas de sus dedos. KENINGALE se quedo alucinado. Era la mujer más bella que había visto en su vida y su intenso cabello negro ondeaba a merced del viento. Entonces, de improviso, aquella MUJER lanzó un objeto metálico que se poso frente a los pies de KENINGALE. Y, acto seguido, cerró la celosía y desapareció. KENINGALE se agacho, cogió la llave y, decidido, se dirigió hacia la puerta principal de la casa.

Corte.

ESCENA 9. CASA ANTIGUA DE LOS CONDES DE KERN. VESTÍBULO. INT. NOCHE.

KENINGALE entro en la casa. El vestíbulo era inmenso, pero se hallaba sumergido en la más absoluta oscuridad. Reparó en que no estaba sólo, pues al alargar la mano para evitar tropezar, entro en contacto con otra mano de piel más delicada y fría que la suya.

DAMA DE NEGRO/ELSIE/ETHELIND FIONGUALA
     Ven, no temas, yo te guiaré.

KENINGALE y EHTELIND comenzaron a subir por las escaleras que llevaban hasta la segunda planta de la casa.

Corte.

ESCENA 10. CASA ANTIGUA DE LOS CONDES DE KERN. HABITACIÓN. INT. NOCHE.

ETHELIND condujo a KENINGALE  hasta una habitación que, al contrario que las restantes estancias de la casa, sí estaba iluminada. Era amplia y espaciosa, y su decoración muy rica y variada. Las paredes estaban empapeladas con delicados tapices y varios candelabros, con llamas serpenteantes, distribuidos por la estancia. El techo era de escayola y las cortinas y el tapizado de las butacas eran damasquinados. En una esquina, había una mesa en la que había esparcidos relucientes platillos con todo tipo de viandas, así como copas llenas de vino. Y, al lado opuesto, había una gran chimenea. No obstante, aún iluminada, la atmósfera de la habitación seguía resultando tan fría como la del cementerio del pueblo. AM KENINGALE no le dejaba de palpitar el corazón al contemplar a ETHELIND. Su adorable cara contrastaba con sus pálidos labios y sus ojos negros, que brillaban como diamantes. La felicidad inundó a KENINGALE, pues desde niño, había soñado con cocnocer a una mujer como ETHELIND.

ETHELIND
Creo que no te acuerdas de mí. ¡Vamos, esta noche es única! ¡Es nuestra noche! ¡Sabía que tocarías esa canción, nuestra canción! ¡Y mi corazón se ha alegrado enormemente por ello! Pero, bésame, ¡Deprisa! ¡Tengo los labios fríos y necesito el calor de los tuyos!

Era verdad, los labios que KENINGALE beso estaban tan congelados como la propia muerte, pero gracias a su ardor y pasión, logró que revivieran. Instantáneamente, y para su sorpresa, el rostro de ETHELIND dejó relegada al olvido su palidez y adquirió una espectacular belleza. KENINGALE se dirigió a la mesa y se sentó. Estaba hambriento y ETHELIND, como si fuera su servicial esposa, le sirvió el vino y las viandas.

ETHELIND
Come y bebe, amado mío. Has hecho un largo viaje y necesitas reponerte.

KENINGALE
     ¿Tú no tienes hambre? ¿Y tampoco sed?

ETHELIND
     Tú eres mi alimento, querido. No necesito nada más.

En ese instante, KENINGALE sintió un temblor inesperado y el frío volvió a calarle hasta los huesos. ETHELIND sonrió y comenzó a bailar. KENINGALE distinguió en su mano derecha el anillo que había entregado a la DAMA DE NEGRO/ELSIE.

KENINGALE
     ¿De dónde has sacado ese anillo?

ETHELIND
¡Es que no lo recuerdas! ¡Es el anillo que me diste al enamorarte de mí! ¡El anillo de Kern! ¡Y yo soy tu adorada Ethelind!

KENINGALE
(Anhelante)
¡Es verdad! ¡Eres mía y yo soy tuyo! ¡Seamos felices para siempre!

ETHELIND
(Entusiasmada)
¡Eso es, querido, para siempre! ¡Ahora canta esa canción que tanto me gusta! ¡Ah, qué maravilla! ¡Al fin podré vivir cien años más!

Cuando KENINGALE dejó de tocar el banjo, ambos se acomodaron en la cama y, de forma lujuriosa, comenzaron a besarse. ETHELIND estaba resplandeciente mientras, por el contrario, a KENINGALE le invadió una alarmante debilidad, que éste creyó causada por el intenso frío. Entonces, se le nubló la vista y se desmayó. No obstante, embargado en un profundo delirio y sometido a una perturbadora ensoñación, KENINGALE creyó observar cómo ETHELIND le miraba con su sonrisa congelada y su figura brillaba y se oscurecía alternativamente, como las últimas llamas de un fuego que se apaga.

Fundido en Negro Encadenado.

ESCENA 11. CASA ANTIGUA DE LOS CONDES DE KERN. HABITACIÓN. INT. DÍA.

Texto sobre Negro: “A la mañana siguiente...”

KENINGALE despertó al día siguiente, sin saber cuánto tiempo habría estado dormido. La habitación estaba vacía y las ruinas la asolaban. Nada quedaba del esplendor y lujo de la noche. Los tapices de las paredes de las paredes estaban deshilachados y se confundían con innumerables telarañas. Además, el polvo cubría las ventanas y leves rayos de sol penetraban por éstas. Un murciélago, molesto por la luz solar, revoloteaba sobre la cabeza de KENINGALE, que molesto y asqueado, se incorporó con enorme dificultad y pudo repelerle con varios manotazos. Por fin, el murciélago salió de la estancia por el hueco de la ventana. El banjo estaba al otro lado de la cama, pero ya no era el rutilante instrumento musical que su amigo JOHN le había regalado y se había convertido en un trozo de madera desgastado e inservible. Y tampoco había ni rastro de dulce y virtuosa ETHELIND. KENINGALE la llamo varias veces, pero no obtuvo respuesta. Y, después, volvió a recostarse, exhausto, sobre la cama.

KENINGALE
     ¡¡Ethelind!! ¡¡Ethelind, amor mío!! ¿Dónde estás?

Fundido en Negro de Cierre.

ESCENA 12. CASA DE KENINGALE. ESTUDIO. INT. NOCHE.

Fundido en Negro de Apertura.

KENINGALE
Y esta es la historia, John. Mi salud estuvo seriamente debilitada durante varios días. Afortunadamente, conseguí salir de la casa y llegar al hostal. De allí me trasladaron al hospital de la ciudad más cercana. El Teniente O´Connor me fue a ver un día y me dio de recuerdos del Mayo Malloy y del Doctor Duden. Me volví hosco y malhumorado. ¡Ah, mi maldito desaliento! ¡Ya nada será como antes para mí! ¡La tristeza por no estar con Ethelind me acompañará hasta la tumba!

Y KENINGALE HAWTHORNE, para calentarse, se acercó las manos al fuego de la chimenea del Estudio ante un asombrado JOHN WILLIAMS.

Fundido en Negro de Cierre.

Créditos Finales.

    




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