EL ESCRITOR COMPULSIVO

EL ESCRITOR COMPULSIVO
El gran Gustavo Adolfo Bécquer

EL ESCRITOR COMPULSIVO

El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

jueves, 2 de junio de 2011

RELATO DE "UN ENAMORAMIENTO PREMATURO".

RELATO: “UN ENAMORAMIENTO PREMATURO”.

Marta y Oriol eran dos chicos jóvenes, de unos veinticinco años, que se conocieron en la Facultad de Empresariales de la Universidad de Salamanca. Por una casualidad del destino, los dos estuvieron trabajando en la misma Gestoría. En un principio, como becarios, pero como posteriormente, lograron convencer al dueño por su buen hacer y su desenvoltura, éste les hizo fijos.
Un día, Oriol recibió una llamada telefónica desde Gerona, su ciudad natal. Era de su madre, que le comunicó que su padre, que desde hace años había estado incubando un cáncer, acababa de fallecer. Oriol, muy afectado por la noticia, pidió permiso en la gestoría para poder ir al funeral y así poder servir como apoyo a su madre en aquellos duros momentos. El jefe, muy comprensivo con su situación, se lo concedió. Sin embargo, Oriol sabía que tiene que dejar a su querida mascota, su gato, en el piso de Salamanca y también que necesitaba a alguien que le regará las innumerables plantas que tenía esparcidas por todo el inmueble, pues era un gran y reconocido aficionado a la botánica. El permiso que le habían concedido en la Gestoría era de una semana y, si nadie se preocupaba, tanto las plantas como su gato Gusilu se morirían de sed y hambre respectivamente. Se le ocurrió que la persona más idónea para hacerle tal encargo y tamaño favor era Marta, por lo que la llamó y le pidió que pasará todos los días por su piso a dar una vuelta y cuidar de su gato y sus plantas. A cambio, cuando él volviera a Salamanca, le traería un recuerdo, uno de los más bonitos que pudiera encontrar, de Gerona. Acto seguido, se despidió de ella dándole una copia de las llaves del piso.
Pasó la semana y Marta, a medida que iban pasando los días, se dio cuenta de que algo completamente inesperado, que recorría su alma y su espíritu de un extremo a otro, estaba sucediendo en su interior. Y es que, no solamente se había encariñado del gato y de las plantas, sino que la amistad que sentía por su compañero de trabajo y de estudios se había convertido en algo más profundo, en amor. Se había enamorado de Oriol casi sin darse cuenta.
El día del regreso de Oriol a Salamanca, Marta se hallaba en el piso de éste con el corazón henchido por la felicidad. Ella estaba segura de que sus sentimientos podían ser correspondidos e imaginaba que el futuro de ambos como pareja podía ser plenamente venturoso y dichoso. Inicialmente, tenía previsto esperar a Oriol en el piso. Sin embargo, después cayó en la cuenta de que lo que realmente prefería era irlo a esperar a la estación tren y sorprenderlo, ya que pocas cosas hay en la vida que sean tan románticas como declararse a la persona amada en una estación de ferrocarril. Sin embargo, cuando ya se disponía a salir de la casa, advirtió que Gusilu, del que pretendía despedir, no aparecía por ningún sitio. Lo buscó con ahínco por todo el piso, rastreándolo de arriba abajo, pero el felino sigue no daba señales de vida. No había duda de que se había escapado. Muy angustiada, pues era perfecta sabedora del amor y el cariño que Oriol sentía por su mascota, se sentó abatida en un sofa del salón, quedándose ligeramente traspuesta. Sin que lo pudiera evitar, su mente fue invadida por oscuros y negativos pensamientos. Sabe que Oriol se podía pillar un mosqueo tan fuerte que era probable que la dejará de hablar por una buena temporada. Transcurrió una hora que se le hizo larga, más bien eterna.
Por fin, la puerta principal del piso se abrió. Era Oriol, que llevaba cogido en su regazo al gato mientras que con la otra mano arrastraba su maleta. Marta lanzó un prolongado suspiro de alivio al verlos. Oriol la saludó y le dio un fuerte y sentido abrazo. Después, le reprochó su falta de atención con respecto al gato, pues había visto a éste salir por el montacargas del edificio y, de no ser porque él había llegado en ese preciso momento y lo ha visto, hubieran estado buscándolo como locos por todo el piso, sin dar con él.
De todas formas, Oriol acabó agradeciéndole a su compañera y amiga que hubiera cuidado durante aquella semana a sus queridas y añoradas plantas, a las que veía con un aspecto inmejorable y a su gato. Marta, por su parte, no pudo evitar dejar de disculparse y de sonreír tontamente. Oriol, muy extrañado por su comportamiento, le preguntó que si le ocurría algo, pero Marta se negó a darle más información. No obstante, poco después, vencida por la atracción que sentía, le confesó a Oriol que estaba enamorada de él. Éste se quedo asombrado, de piedra, sin saber qué contestar.
Hasta que le pudo decir a Marta que le había dejado completamente fuera de juego y que una vida en común con ella, siendo como eran, compañeros de trabajo, podía resultar problemática. Le pidió que le dejará unos días de margen para poder reflexionar sobre el asunto y así poder darle la respuesta más adecuada posible. Marta aceptó de buen grado la réplica de su amigo, pensando que era la más lógica de cuántas podía haber realizado, dadas las circunstancias, y se despidió de él hasta el día siguiente, con una sonrisa perennemente nerviosa en su rostro, que no podía hacer desaparecer por más quisiera.
FIN.
  

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