EL ESCRITOR COMPULSIVO

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El gran Gustavo Adolfo Bécquer

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El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

jueves, 2 de junio de 2011

RELATO DE "LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DEL COMISARIO PACHÓN EN ÁVILA".

RELATO: “LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DEL COMISARIO PACHÓN EN ÁVILA”.


Francisco Javier Pachón, un comisario de la policía de Ávila, que llevaba ejerciendo su profesión durante treinta largos años, estaba ante el día más importante de su vida. Iba a ser nombrado por el alcalde de la ciudad, el Excelentísimo Don Tomás Turbado, comisario general de la policía abulense, es decir, una especie de supercomisario, para toda la ciudad y sus suburbios. Esta distinción era muy importante porque le otorgaba el mando absoluto sobre todas las brigadas policiales abulenses. Su antecesor en el cargo cesó porque le llego la edad de su jubilación. Pero esta no fue, en realidad, la verdadera causa de su renuncia sino el hecho de que ya estaba muy harto y cansado de las acusaciones de corrupción, dejación de funciones y sobornos que vertió sobre él la oposición política, el denominado partido laborista abulense.
El nuevo comisario general de policía, desde el inicio, se toma muy en serio su designación y, en apenas en unos pocos días, reorganizó a la policía local abulense. Con una determinación y voluntad inquebrantable, logró en un mes que el nivel de delincuencia en la ciudad descendiera y se redujera a la mínima expresión. Sin embargo, lo que más le preocupaba al comisario general Pachón es que no era capaz de atajar el permanente, e incluso creciente, tráfico de drogas en la capital abulense. Pasó un mes desde su nombramiento y su ánimo había decaído mucho y estaba por los suelos.
Pero, de repente, una gran noticia actuó como acicate para aplacar su tristeza. El subcomisario José Ignacio le comunica que una brigada policial recientemente constituida por ellos, e integrada por un grupo de jóvenes con edades comprendidas entre los veinte y los treinta años, había conseguido descubrir el alijo de cocaína más importante de los últimos seis meses llegado a la provincia, y detener a los responsables de su reparto y distribución. La euforia del comisario general de policía Pachón y sus subordinados, contrastaba claramente con el mosqueo reinante esa noche en una taberna subterránea ubicada en la misma Plaza Mayor. En ese sótano se hallaban reunidos el alcalde Tomás Turbado y su ayudante, el inseparable Paco Velloso, (más conocido con el sobrenombre de “El Cejas”), con las fuerzas vivas más poderosas de la ciudad. A saber: Mario Domínguez, empresario. José Infante, empresario. Y los hermanos Pinzones, constructores, dueños de un gran imperio, edificado a base de ser los auténticos reyes de la especulación urbanística de la región. Todos le transmitieron al edil su enfado por el último golpe policial, pues la nave industrial en la que se guardaba el alijo era propiedad de los hermanos Pinzones, y los pudientes empresarios Don Mario y Don José habían acordado, con una poderosa organización mafiosa de los Estados Unidos, su compra y traslado por el Océano Atlántico.
En esos momentos, la sociedad abulense se había visto envuelta, en el transcurso del año en una situación de crisis económica y depresión galopante. La venta de pisos había caído en picado y muchas inmobiliarias habían cerrado. Este hecho afectó especialmente a la constructora de los hermanos Pinzones: “Contrucciones Pinzones, S.A.”, cuyo ejercicio económico había arrojado un déficit nunca antes visto ni recordado. Por su parte, una auditoria contable había demostrado que el grupo empresarial de Don Mario tenía enormes, considerables deudas contraídas con varios acreedores y muchos de sus trabajadores habían dejado de pertenecer a alguna de sus empresas por haber sido víctimas de sobreexplotación laboral y maltrato psicológico. Finalmente, Don José había tenido que reducir de forma drástica su flota de aviones, pues la facturación de su principal empresa había bajado de modo alarmante, al preferir los ciudadanos abulenses otros medios de transporte, sobre todo los terrestres, a la hora de realizar sus viajes y también porque no se sentían seguros después de enterarse de los últimos accidentes graves de aviación acaecidos a lo largo y ancho del mundo. Como decíamos, la nave industrial donde se había hallado el alijo era de los hermanos Pinzones. Pero es que también estaban involucrados de lleno en el asunto del alijo, Don Mario y Don José, que se había encargado de las negociaciones para la venta de la droga con los mafiosos yanquis. Todos estos insignes personajes abulenses decidieron involucrarse plenamente en el turbio mundo de las drogas porque sabían que, aún perdiendo dinero inicialmente, luego podrían recuperarlo y aumentar sus respectivos ingresos por su venta, no solamente a nivel local, autonómico o nacional, sino también por toda Europa. Los empresarios y los constructores dieron un toque muy serio al alcalde y a su ayudante portavoz de que aquello no podía volver a suceder pues, de lo contrario, amenazaban con retirarle el apoyo con vistas a las próximas elecciones municipales y denunciarle por ser el máximo responsable del tráfico de drogas en la ciudad, con el agravante añadido de estar concediéndoles tratos de favor y prebendas. Aún así, aunque el edil no perdiera las elecciones, su imagen podría resultar gravemente dañada. Luego, con los ánimos ya más calmados, los allí presentes se pusieron a jugar su acostumbrada timba de póker vespertina. Normalmente, el alcalde y los empresarios se reunían los días pares de la semana para satisfacer sus ansías de juego.
Al día siguiente, hubo una reunión de todos los mandos policiales y las brigadas de Ávila. La reunión se produjo en una casona de las afueras de la ciudad, con objeto de no levantar sospechas. El alcalde, acompañado por su fiel ayudante portavoz les dio un toque de atención para avisarles de que era él el que mandaba en la ciudad y no el Comisario Pachón. Y de que hicieran la vista gorda si tenían sospechas e indicios de que podían descubrir un nuevo alijo en las próximas semanas. Los agentes del orden asintieron sin rechistar. Mientras, en la ciudad, los diarios locales se hacían eco del gran alijo de cocaína incautada. Esa misma noche, ya más tarde, el alcalde Don Tomás Turbado, concertó una cita con el comisario Pachón y el subcomisario José Ignacio en una taberna y les comunicó que, en fechas cercanas, un nuevo alijo procedente de Norteamérica llegaría a la ciudad. Turbado les amenazó muy seriamente, pues les dijo que si llegaban a tener conocimiento de su ubicación y sus hombres y ellos detenían a los portadores del alijo y les incautaban nuevamente su cargamento, serían cesados de sus cargos. Pachón y José Ignacio no tuvieron más remedio que acatar la orden del edil, de su superior que tiempo atrás les había nombrado tan entusiastamente. O, al menos, simular que accedían a su requerimiento. El Alcalde, confiado por creer que ya había amedrentado lo suficiente a aquellos dos comisarios díscolos, salió de la taberna, seguramente pensando que si éstos veían algo sospechoso o salido de norma, determinarían que era mejor hacer la vista gorda..
A la noche siguiente, como era habitual en los días pares, el alcalde y sus empresarios afines se reunieron en el sótano del día anterior para jugar su acostumbrada partida de póker. Los empresarios le anunciaron al edil, ante su indisimulable sorpresa, que el nuevo alijo de cocaína ya había llegado esa misma noche a la ciudad. Después, empezaron la partida, pero a mitad de ésta y, repentinamente, irrumpieron en la taberna el comisario Pachón y sus hombres, que antes habían logrado reducir y amordazar a los vigilantes de la entrada. Pachón comunicó a los participantes en aquélla improvisada partida de póker, que quedaban detenidos por un delito contra la salud pública y por tráfico de estupefacientes, les leyó sus derechos y les anuncio, por último, que pasarían la noche en la cárcel y al día siguiente serían puestos a disposición judicial. Pachón permaneció imperturbable en sus gestos y ademanes. Ni tan siquiera se alteró cuando le puso las esposas, al que había sido su principal valedor, que en un acto reflejo, se abalanzó sobre él, tratando de derribarle. Lo que había sucedido con anterioridad es que, dando una vez más muestras de su incorruptibilidad y extremada honradez, la brigada del comisario Pachón había vuelto a incautarse de toda la droga del recién llegado alijo y, los que lo custodiaban, temerosos de acabar en la cárcel y con penas de prisión importantes si no colaboraban, habían decidido acusar a los “peces gordos” de la ciudad, a sus superiores, y a la máxima autoridad de Ávila, el alcalde, de estar detrás de la operación.
El impacto de lo ocurrido esa madrugada fatídica fue demoledor y, al día siguiente, los diarios locales, en sus ediciones vespertinas, informaban del apresamiento y detención del gobierno municipal abulense y de los más poderosos y renombrados empresarios de la ciudad a causa de una redada antidroga, mientras que el comisario Pachón era elevado a la  categoría de héroe local.

FIN.


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