EL ESCRITOR COMPULSIVO

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El gran Gustavo Adolfo Bécquer

EL ESCRITOR COMPULSIVO

El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

jueves, 2 de junio de 2011

RELATO DE "LAS PATERAS DE LA DISCORDIA".

“LAS PATERAS DE LA DISCORDIA”.

Teresa era una señora mayor, de sesenta y cinco años, viuda, madre de cuatro hijos y que vivía sola en Madrid. Encima, recientemente, había tenido que sufrir la enorme desgracia de quedarse ciega, tras una delicada operación para eliminar sus cataratas, que no salió bien.
Su familia había denunciado a los especialistas que la trataron, pero la justicia, como sucede en muchos casos, resultó lenta, por lo que lo más probable era que se podían tardar varios años en conocer la sentencia. Los hijos eran cuatro varones que ya vivían con sus respectivas parejas, y que al observar cómo había quedado su madre, tan afectada de ánimo y baja de autoestima, decidieron que lo mejor que puede hacer para aliviar su pena y que no sienta tanto el peso de la soledad, era contratar a una criada, una asistenta social que la hiciera compañía.
Sin embargo, cuando se pusieron a buscar a posibles aspirantes, poniendo un anuncio en un periódico, se percataron de que todas las que llamaban pedían un salario que consideraron excesivo. Finalmente, eligieron a Isabel, una emigrante dominicana que sí respondía a sus expectativas y cuyas exigencias económicas calificaban como razonables. Contactaron con ella y la citaron en la casa del primogénito.
Hecha la primera toma de contacto físico y visual, todos quedaron plenamente convencidos de que esa emigrante era la persona más adecuada para cuidar y atender a su madre, debido a su amabilidad y su simpatía. Y, acto seguido, los cuatro hermanos, con sus parejas respectivas, se dirigieron al piso de Teresa para presentársela. A pesar de las reticencias iniciales de la madre, que pensaba que no necesitaba a nadie que la cuidara, Teresa acabó aceptando a Isabel, al percibir que era muy educada, respetuosa y cariñosa con ella.
Transcurrieron un par de semanas y la relación entre ambas se fue haciendo cada vez más estrecha hasta el punto de llegar a confiarse cosas y secretos cada vez más íntimos. La inmigrante dominicana era una empleada del hogar eficiente, que lo mismo cocinaba, que peinaba y bañaba a Teresa, y todo ello lo hacía de manera notable, según la opinión de la mujer mayor. Pero lo que Teresa no sabía, porque sus hijos no se lo habían dicho, era el color de piel de Isabel. Se les había olvidado comentarle ese pequeño detalle y ese iba a ser el detonante de la fuerte discusión que estalló entre Teresa y su criada.
Aquella relación que habían establecido, tan armoniosa y pacífica, dió un vuelco inesperado cuando un día, después de comer, las dos estaban escuchando las noticias por televisión. Una información anunció que una considerable cantidad de pateras habían llegado hasta las costas de las Islas Canarias procedentes de África.
Teresa, muy indignada, pues toda la vida había sido conservadora y votante del Partido Popular, no dejó pasar la ocasión para criticar al gobierno de Zapatero por aquella cuestión y calificó a todos los emigrantes como un peligro para el país. Isabel, sorprendida por la reacción de su ama, se enfadó con ella y le confesó que era negra, que había venido en un barco desde la República Dominicana y pasado por un auténtico calvario para poder regularizar su situación en España. Asimismo, le dijo que retirase lo dicho o se marcharía de la casa y sus hijos tendrían que contratar a otra asistenta. Teresa, asombrada por la revelación, pues creyó, desde el principio, que Isabel era española y blanca, le respondió que de ninguna manera iba a retractarse de sus palabras,  ni mucho menos en su propia casa, y que los emigrantes eran una lacra contra la que hay que había que luchar, pues impedían el progreso de España como país desarrollado. Isabel, muy disgustada por la actitud de su señora, ya ni siquiera se dignó a contestarla. Pegó un portazo y desapareció, dejando a aquella señora mayor rumiando con su intolerancia.
FIN.

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